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En nuestra tierra, tierra de los diminutivos, no es nada extraño que al sacerdote lo llamen padrecíto. Y con este nombre que encierra una mezcla de cariño y respeto, he querido dirigirme a ti, sacerdote de Cristo y de la Iglesia católica, para saludarte e invitarte a reflexionar, de manera amena y narrativa, sobre la realidad de tu ministerio.
He querido escribir este libro exactamente para aquellos sacerdotes que no tienen tiempo de leer sobre su ministerio sacerdotal. Te invito a empezar por médicas dosis y como la gana de comer viene comiendo, nada de raro sería que, un buen día, te des cuenta de que has llegado al final del libro.